25-06-10 Reflexiones, por Miguel Angel Mancino (*)
¿Cómo y por qué se hacen los teatros?
"Nuestro pueblo no carece de alimentos sino de educación"
Juan Bautista Alberdi
(Jurista, político, escritor y músico)
La necesidad de disponer de un teatro surge, la mayoría de las veces, de la misma población y de sus instituciones vinculadas a las artes que, invariablemente, ya lucen notables antecedentes de tradición musical u operística. El proyecto de construir una sala teatral o de conciertos no es sino la consecuencia de muchos años de labor artística anterior. Y eso no es poco. Gloriosos teatros fueron construidos por sectores particulares vinculados a las artes y también muchos otros se erigieron por la decisión de gobernantes que vislumbraron la necesidad de encaminar a los ciudadanos hacia una propuesta cultural enriquecedora. Innumerables son los ejemplos de ambas situaciones. Veamos sólo dos. En 1792, un grupo de patricios venecianos encara la construcción de un teatro que luego sería el célebre La Fenice mientras que, en 1825, el Bolshoi moscovita se erige impulsado por la emperatriz Catalina de Rusia.
Muchas de estas joyas arquitectónicas sucumbieron en incendios o por bombardeos de las grandes guerras. Países con su economía hecha trizas reconstruyeron prontamente sus teatros. En Italia por caso, y con gran esfuerzo, lo hicieron "com’era, dov’era", es decir, como era y donde estaba.
La Fenice veneciana es ejemplo del tesón de la llamada Società dei Nobili. Se construyó debido a que el terreno donde estaba erigido el Teatro San Benedetto, uno de los 14 teatros de Venecia, fue reclamado por sus propietarios y su devolución involucró también al edificio teatral. En 18 meses la Società construye el nuevo teatro que surgirá como el Ave Fénix y llevará ese nombre: La Fenice. En su historial se registran dos incendios: en 1836 y en 1996 y dos consecuentes reconstrucciones casi totales. Pero, ¿valió la pena semejante esfuerzo? Por supuesto que sí. Basta recordar que allí Rossini y Donizetti estrenaron tres óperas cada uno, Bellini dos y las verdianas Ernani, Attila, La Traviata, Rigoletto y Simon Boccanegra, también se escucharon por primera vez en ese histórico recinto. Allí debutaron María Callas y Joan Sutherland y en los Festivales Internacionales de Música Contemporánea, se conocieron La Carrera de un Libertino, 1951; Giro de Vite, 1954 y El Ángel de Fuego, 1955, de Stravinsky, Britten y Prokófiev, respectivamente.
El Metropolitan Opera House de Nueva York tiene una historia particular. El 16 de abril de 1966 cerró definitivamente sus puertas la otrora célebre Ópera Metropolitana de Nueva York. Continuaría su trayectoria dentro del complejo Lincoln Center y en su nueva casa, construida con importantes donaciones. Alguna de ellas testimonia el agradecimiento de países europeos a los Estados Unidos por la ayuda que recibieron luego de la Segunda Guerra Mundial. A modo de ejemplo, con la de Austria se adquirieron treinta y dos arañas de cristal y sesenta y nueve apliques para la iluminación del teatro. Con la de Alemania se construyó el escenario y su equipamiento. El aporte popular fue notable. Las más modestas donaciones permitieron comprar desde un metro de barra para la sala de ensayo del cuerpo de baile hasta una butaca. Las más importantes las realizaron empresas, fundaciones o particulares de todo el país. El “Met” es un teatro que genera sus propios recursos para subsistir.
Claro que con el paso del tiempo las condiciones políticas y económicas varían y la cultura debe sobrevivir en ese mundo que ha cambiado sus reglas y que ha tratado, según mi experiencia, de soslayar al espacio cultural educativo. Con todo, los países que funcionan con visión de futuro hasta ven, en ese espacio, un rédito económico.
El llamado “mecenazgo” permite a empresas, instituciones y hasta particulares obtener desgravaciones fiscales cuando invierten dinero para proteger las artes. Con este método, Brasil en 1994 recaudó 14.5 millones de dólares, cifra que trepó a 270 millones en 2008 y que volcó a la esfera cultural. Estiman que la cantidad de empleos que les produce su Ley de Mecenazgo es de 160 por cada millón de dólares invertidos. “Esto es un 50% más de lo que crea la industria de electrónicos y un tercio más que la de automóviles, ambas tan poderosas como mecanizadas”. Así, “el Estado puede dedicar menos fondos a la cultura –ya que los cubren los de las empresas–, y dedicarse más a la salud o a la seguridad, que no tienen el glamour necesario para lograr que las compañías destinen en ellos sus fondos”, aseguró el secretario de Apoyo a la Cultura brasileño, José Alvaro Moisés. La “industria de la cultura” produce actualmente el 1% del PBI brasileño.
En Estados Unidos este sistema de exoneraciones tributarias a las donaciones, vigente desde 1917, ha motivado una sólida cultura filantrópica protagonizada incluso más por individuos que por grandes corporaciones. Se estima que casi la mitad de los ingresos de las organizaciones artísticas sin fines de lucro provinieron de personas (31%), empresas (3%) o fundaciones privadas (9%). Sólo el 13% corresponde al presupuesto estatal. El resto proviene del dinero recaudado al público asistente.
En Argentina existió un proyecto de ley en el 2001 que fue sancionado y vetado luego por Duhalde. Macri anuncia en mayo de 2009, la puesta en marcha de una ley de fomento de la participación privada en la promoción de la cultura en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dicha ley permite que los tributantes al impuesto sobre los ingresos brutos puedan destinar una pequeña parte de ese gravamen a un proyecto cultural que previamente se les da a conocer. Se trata sólo de un redireccionamiento sin quita alguna del dinero a tributar. Mientras tanto, la ley nacional duerme, como tantas otras, el más profundo de los sueños.
Viene al caso comentar la decisión del gobierno de la provincia de Santa Fe de construir un espacio cultural llamado Puerto de la Música en la ciudad de Rosario. Si se considera a la cultura como gasto ocupa entonces uno de los primeros lugares por donde debe pasar el recorte presupuestario. A la luz de lo relatado, esa apreciación dista mucho de la realidad. En mi opinión, debe entenderse que una sala capaz de albergar manifestaciones artísticas es comparable a un centro de enseñanza. En ese aspecto –y en tantos otros– hemos sufrido pérdidas debido a la autóctona insensatez. Recuérdese que en Rosario se demolió el Teatro Colón que estaba situado en Corrientes y Urquiza y que el Teatro de la Opera no sucumbió porque una benemérita institución lo compró cuando ya su derrumbamiento era un hecho. Gracias a ella tenemos hoy el Teatro El Círculo, nombre que toma de la Asociación que, sabiamente, lo adquirió. Por otra parte, Rosario tiene, entre otras instituciones culturales, una Orquesta Sinfónica Provincial y un Coro Estable vocacional, que perdura sin subvenciones ni fines de lucro y es de los mejores –sino el mejor– del país. Me pregunto si no merecen acceder a un ámbito particular para sus ensayos o actuaciones.
Las razones que se esgrimen oponiéndose a la construcción de esa sala permiten conjeturar que quienes las vierten no se han informado correctamente sobre el tema. Si previamente debemos solucionar la inseguridad –a la que se dejó avanzar– o bien se continúa desplegando la artificiosa muletilla de que “falta algodón en los hospitales”, es probable que nunca estemos en condiciones de hacer nada. En mi opinión, el asunto es al revés. Sólo si la población se educa puede mejorar. Así de simple.
(*) Las opiniones vertidas en este artículo no necesariamente deben coincidir con las de la Fundación Puerto de la Música que integro.
dr_miguelmancino@yahoo.com.ar
Fuente: Diario La Capital (Rosario)
http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2010/6/edicion_603/contenidos/noticia_5000.html
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